Cuando hace tres años y cuatro meses el PSOE perdió las
elecciones generales debido en gran parte a su errática política económica, los
dispendios, la nula visión del estado de las cosas y las absurdas ocurrencias
ideológicas del presidente Rodríguez Zapatero, millones de ciudadanos
albergaron la esperanza de que el partido ganador, el PP de Mariano Rajoy,
sabría aplicar las recetas necesarias para salir de la devastadora crisis
económica que como una apisonadora estaba triturando las economías familiares y
abocando al cierre a miles de pequeñas y medianas empresas, algo que
aprovecharon también las grandes corporaciones
y multinacionales para poner en práctica una nefasta política de ERES y
recortes, condenando así a una obscena cantidad de trabajadores al paro e
instaurando una mano de obra esclava: más horas de trabajo, recorte salarial y
amenazas de despido con la guillotina a escasos milímetros del cuello.
Esa esperanza se
vio rápidamente frustrada cuando el gobierno del anodino, mediocre y cada vez más alucinado
presidente Rajoy (el hombre de las frases hechas y las perogrulladas: ¡El
gobierno siempre está al lado de las víctimas! ¡El gobierno siempre está a
favor de la vida!) y su camarilla de palmeros y opositores a notario, no fueron
capaces de alumbrar otra idea más brillante para salir de la bestial crisis que
subir salvajemente los impuestos elaborando unas reformas estructurales que se
limitaban a recortar servicios sociales y salarios hurgando así en algunos
nervios muy sensibles de la sociedad; el efecto fue como si, en plena crisis, a
un enfermo que padece insuficiencia respiratoria le aplicaras humo tóxico en
lugar de oxígeno puro; procederieron a operar sin anestesia y a la gente le cuesta mucho olvidar el insoportable dolor. Sabido es que la marca PP no es una fábrica de ideas
originales y luminosas, que su laboratorio sólo destila ya esencias de la más
vieja, desvencijada, anacrónica y rancia política, pero atajar la crisis
poniendo en práctica esas obtusas medidas lo podía haber hecho sin alharacas cualquier
persona que rebasara mínimamente el
límite de la idiocia sin la necesidad de cargar con muchas alforjas para el
viaje. ¿Dónde está el mérito y cuál es el bestial coste social y laboral que se
ha tenido que pagar por ello? El incumplimiento de todos y cada uno de sus
compromisos electorales es la prueba irrefutable del talante poco escrupuloso
del gobierno y el jefe del ejecutivo, que ahondando con su política de
austeridad en el misericidio dejado por el PSOE, comenzó a cavar su tumba
política. ¡Faltaría más! Cada cual elige la cuerda con la que quiere ahorcarse.
El PP ha comenzado
a cavar su cripta política en Andalucía, en donde el descalabro sólo es el primer trago del amargo cáliz que les queda por beber en lo que queda de año legislativo.
El contacto con la gente le permite a cualquiera conocer la escasa empatía que
este partido despierta en la gente joven y los sectores obreros, su estética,
ese pijerío hortera y casposo tan evidente en sus representaciones mitineras,
está muy lejos de lo que demanda un partido moderno europeísta con una visión
clara del futuro y mortificado por el sufrimiento humano; una juventud, no lo
olvidemos, que es la mejor preparada de la historia y que no siente que las
medidas adoptadas por el gobierno hayan mejorado su situación. De los negros
nubarrones que se ciernen sobre el partido conservador, los máximos
responsables son ellos, como expansión de los tormentos que en los últimos años
vienen padeciendo las clases más desfavorecidas, y el éxodo de votantes parece
irreversible como escarmiento a unos políticos aislados que están muy alejados
de la realidad de la calle, de una crisis que nunca pasó por sus casas. Ahora intentarán
convencerse y convencernos de que los resultados de Andalucía no son
extrapolables al resto de los comicios autonómicos y generales, pero lo cierto es que con resultados irrelevantes en Andalucía y Cataluña (un
censo de 12 millones de exponenciales votantes sobre una población total de 16
millones) es imposible gobernar España.
A los dos viejos partidos surgidos las candentes
brasas de la Transición (el PSOE estuvo 40 años inactivo) no les quedará otra
opción que refundarse, sobrevivir como fuerzas muy limitadas o desaparecer.
Desde luego, en el nuevo ciclo que se inicia, les será muy difícil alcanzar una
mayoría absoluta para aplicar el rodillo con total impunidad. Además, a los
votantes más moderados del PP siempre les quedará la opción de votar a
Ciudadanos; los más conservadores, que se sienten traicionados en temas
trascendentales para ellos (terrorismo, aborto) ni con la pinza en la nariz se
acercarán a votar; y el voto de castigo la gaviota lo alojará en los mandiles
de Podemos. El votante, aunque en menor medida que la economía, también
castigará la corrupción (nos estamos acostumbrando a vivir en una sociedad de
tintes sicilianos), un lastre que afecta por igual a los dos partidos. Siendo
sincero, no es que la nueva inercia electoral en donde no tendrán cabida las
mayorías absolutas, me llene de gozo y plenitud, el actual sistema de partidos
me genera un desafecto visceral; muchos de sus pactos y componendas sólo serán
un juego de trileros y todo lo miro ya desde la equidistancia de mi exigua simpatía
por los partidos políticos, pero aunque sólo sea por higiene y justicia poética, tal vez ha llegado la hora
de que los políticos profesionales que han hecho de la política un negocio,
sufran el desprecio de unos ciudadanos que llevan muchos años con el agua al
cuello mientras el gobierno daba prioridad al rescate de los bancos y nunca
ejecutó el recorte más necesario, el de políticos, altos cargos y asesores.
Nuestra sociedad demanda un cambio, y es probable que en esa nueva escena
política los viejos partidos ya no sean actores principales, muchos de sus
miembros ya no tendrán que ganarse el sueldo con el sudor de su frente jugando
con la tablet en el hemiciclo. Hasta entonces, vivirán con la esperanza de que
la fatídica ley de H´ondt tenga piedad de ellos. Y es que fuera de la política
hace tanto frío, sobre todo si eso te obliga a ser productivo.
Como
titulaba el sabio Rafael Sánchez Ferlosio, “vendrán
más años malos y nos harán más ciegos”, y puede que la próxima reforma
laboral no contemple planes de reindustrialización, ni políticas consistentes
para el sector agrario ni la creación de mejoras de infraestructuras, repoblación y desarrollo
rural, tal vez se nos ofrezca 1 día por cada siglo trabajado, un bocadillo a
las 10 y un bonobus... Y todo dará igual, porque vivir en una sociedad que
desprecia tanto la libertad, tan acrítica, pusilánime y miedosa como la nuestra, es ya de por sí una
insuperable condena.
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