jueves, 7 de enero de 2016

ESPAÑA BAJO EL TERROR DE LOS ZOMBIS


    Podría engañarme y dejarme arrastrar por las mareas de la ilusión que escupen en las costas de nuestra política un náufrago cada día. No lo haré porque yo también he ayudado a construir este país y es probable que pueda ser testigo de su destrucción; el relativismo siempre deriva en decadencia, desprecio o indiferencia. Como aficionado a la literatura y el cine fantástico y de terror, la figura del zombi se eleva como uno de los monstruos sagrados del género que tiene su etimología y origen en ese enigmático país que es Haití, y cuya representación es la de un desastrado y pútrido cadáver que como consecuencia de algún ritual o hechizo vuelve a la vida. Su figura la popularizó el maestro George A. Romero con la mítica película de 1968 “La noche de los muertos vivientes”.
      

     
      La política española se ha convertido en una nueva versión aún más barata de aquel clásico rodado con un puñado de dólares, en un cochambroso remake de serie Z cuyos principales protagonistas, Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y Artur Mas, llevan desde las pasadas elecciones bailando una danza macabra que, como bien ha definido Rajoy, tiene como entelequia formar un gobierno de “amplio espectro”, pues eso es lo que parecen todos esos macilentos líderes tras sus respectivos fracasos en los pasados comicios. Al presidente en funciones, tras regalar al país cuatro años de catastróficas desdichas, le hemos visto mover el esqueleto en la Nochevieja al ritmo del gran hit titulado “Mi gran noche”, cantado por ese otro incombustible espectro llamado Raphael. Pero el bullicio y gozadera de la fiesta no ha podido ocultar su soledad tras una horrible legislatura en donde ha quemado todos los puentes para el diálogo y negó a Susana Díaz lo que ahora suplica para sí mismo. A este muerto viviente que vive sus últimos estertores en la mansión encantada de Moncloaville y lanza rimbombantes y vaporosos mensajes (“un pacto por la unidad, la estabilidad y el progreso económico de España”) no le hemos oído la mínima autocrítica, ni tiene intención de dar un paso atrás ni asumir su responsabilidad por hacer caer el tormento y la cruz del sacrificio sobre los más necesitados. Tan imposible como un dolor de muelas en un desdentado, será que algún día llegue a reconocer que su gestión no tuvo ningún mérito porque así gobierna cualquiera. Al zombi Rajoy no le importaría recorrer de rodillas el sendero que le separa de aquella casa al lado del cementerio donde moran las huestes de no muertos del partido socialista y eviscerar definitivamente a un partido que se desangra y que tiene ya más pasado que futuro.


        Una dramática situación la del centenario partido cuyo único responsable es otro muerto viviente llamado Pedro Sánchez y sus fieles escuderos César Luena y Antonio Hernando. Culpables por atomizar su partido con esperpénticas ocurrencias que han sido como estacas en el cerebro para su imposible resurrección. Sánchez vive desde hace mucho tiempo con un precipicio al frente y los lobos a la espalda, una encrucijada de la que no saldrá vivo políticamente porque esa jauría le devorará antes de que anteponga su interés personal. Es difícil ser más torpe y manejar peor los tiempos contrariando con sus mensajes a los popes más veteranos del partido y dinamitando con sus encarnizados enfrentamientos a la Federación Socialista Madrileña, a la que ha marginado para dar preferencia a una tránsfuga y a una ex comandante del ejército. Una operación suicida que ha dejado sin asiento en el congreso al siempre cabal Eduardo Madina, precisamente su rival en las primarias. El paladín socialista no ha parado de pegarse tiros en los pies hasta dejarse los pinreles como muñones y arrastrarse por un laberinto de trampas cuya meta final es una jaula en la que Susana Díaz entregará al vulgo su cabeza como trofeo. Su obsesión es formar una coalición “Frankenstein” que convertirá al PSOE en humo de una memoria colectiva con destino a los libros de historia.
     


     El otro zombi político es Artur Mas, rehén de la CUP hasta que la formación antisistema le ha pegado una patada en sus posaderas burguesas. Es, con mucho, el no muerto más grotesco porque los 
culpables del desastre catalán no son esos pijos revolucionarios de asamblea y vaso de plástico, sino la hedionda burguesía a la que él pertenece y que fue la que diseminó la deplorable especie “España nos roba”, que les sirvió para ganar adeptos para la causa independentista entre las hordas de zombis histéricos que finalmente huyen de su mal fario y leprosería y han puesto los clavos a su ataúd. Dentro de la herrumbrosa política nacional, Mas sobresale como diana de las más hirientes chirigotas y ve como su público se está cansando de adoctrinamientos y lavados de conciencia, de naderías y vaciedades, de una historia falsa y un ejercicio revisionista que haría sonrojar a cualquier cachorro de Marine Le Pen mientras los asuntos que importan siguen sin solución. El prócer del mentón desafiante es un gafe que todo lo que toca lo convierte en chatarra de un desguace a donde irán a parar sus huesos sin posible reciclaje. Su última hazaña ha sido cargarse a su partido que sólo es ya el funesto testimonio de su espíritu de enterrador.

    

     
     La España bajo el terror de los zombis se retroalimenta de nuestros miedos, mansedumbres y necedades, de una eterna pubertad democrática que busca esencias en la mediocridad, en esos hospitales deshabitados del alma donde todo lo nuevo nace muerto porque viejas son las ideas con que todo ha sido fecundado. Como Jack Torrance en el espectral y claustrofóbico hotel Overlook, nuestros políticos sufren una progresiva alteración de la personalidad, y  deslizan con sigilo los zapatos hasta encontrar ese bucle melancólico y cainita que nos haga dar vueltas en espiral para cogernos de la pechera,   confrontar el aliento y volver al punto de partida. Porque es la guerra lo que en verdad nos la pone dura. La guerra y  los automatismos de ese dedo acusador que apunta: “y tú, más”. 


lunes, 4 de enero de 2016

LA RUINA

      

     Tras conocerse la tormenta perfecta que salió de las Elecciones Generales del 20-D, se viene imponiendo una corriente de opinión que viene a decir que el pueblo se ha equivocado votando lo que votó de forma excéntrica, caprichosa e inconsciente. No seré yo quien afirme que el pueblo nunca se equivoca cuando la historia nos ha enseñado que algunos dictadores y genocidas llegaron al poder con la anuencia de todos los poderes fácticos y el apoyo mayoritario de los ciudadanos en las urnas. Partiendo de este hecho irrefutable, habría que preguntar a todos los profetas del Apocalipsis que propagan esa especie desde postulados dogmáticos fácilmente identificables si el pueblo también se equivocó cuando otorgó una mayoría aplastante al PP en las elecciones de 2011 para inmediatamente escupir y pisotear el programa con el que concurrieron a esas elecciones, pasar el rodillo a golpe de decreto ley, sacar adelante una reforma laboral que sólo ha servido para hacer más ricos a los ricos, recortar salarios y derechos, vestir con andrajos a los trabajadores y todo para poner la rúbrica funesta a una legislatura que  deja un 21% de paro. Que los exégetas del partido conservador no se molesten en responder, yo les daré la respuesta: “El pueblo nunca se equivoca si el resultado de las urnas nos favorece ampliamente”. Lo más hiriente es que siguen sin hacer autocrítica, sin asumir que todo el peso de la crisis ha recaído sobre las clases medias y humildes, que se podían haber ejecutado reformas menos drásticas y caciquiles, que su gestión no tiene ningún mérito y que así gobierna cualquiera.

     Había que ser muy ilusos o vivir de espaldas a la realidad de la calle si realmente pensaban que todo lo ejecutado les iba a salir gratis mientras la sanguijuela de la corrupción sobrevivía adherida a la yugular del partido y los datos caían sobre nosotros como un alud de nieve convirtiendo en detritus  nuestra miseria: 20 ricos españoles tienen lo mismo que 14 millones de trabajadores pobres. La corrupción es el peor enemigo del desarrollo y sólo hay que echar un vistazo a las hemerotecas y consultar nuestro pasado reciente para comprobar que  políticos de un bando y de otro han navegado por las sucias aguas de esas cloacas con una impunidad inquietante. Pero, si se empeñan,  hablemos de justicia. ¿Alguien cree de verdad que vivimos en una democracia plena cuando la maldita Ley D´Hondt impide que todos los votos valgan lo mismo? ¿Es justo que formaciones como IU necesiten 460.000 votos para conseguir un escaño cuando el PP y el PSOE sólo necesitan 58.000 y 61.000 respectivamente para adjudicárselo? Así, no es extraño que esta desigual y repugnante ley sea el método de reparto de escaños preferido por los dos grandes partidos de nuestro país y se nieguen a abrir el melón de una reforma de la ley electoral. Injusticias como ésta son las que acabaron convirtiéndome en un abstencionista convencido y me alejaron de las hordas de zombis que se niegan a entender que si no hay igualdad lo que llaman democracia  es una farsa. Bueno, esto y que tal vez asimilé muy pronto lo que dijo Václav Havel, el único referente político que reconozco: “La política se va convirtiendo en un campo de batalla entre lobbistas. Los medios trivializan los problemas graves. Con frecuencia, la democracia parece un juego virtual para consumidores, en vez de un trabajo serio para ciudadanos serios”.

       Desgraciadamente, y aunque tengo un concepto muy laxo de la decencia, no hay lugar para la ironía cuando de lo que hablamos es de una democracia de muy baja calidad, sin mecanismos eficaces que permitan al pueblo estafado derrocar al gobierno de turno antes de que se consume la tragedia, con partidos que creen que la legitimidad de los votos les otorga carta blanca para cometer cualquier tropelía y políticos que gozan de aforamientos y privilegios tan insultantes como esa espléndida pensión vitalicia por ejercer como senador o diputado durante siete años. Vivimos momentos emocionantes, y será curioso ver cómo el Señor de los Líos enrolla la desbaratada madeja mientras sus cada vez más escasas terminales mediáticas siguen acusando al pueblo de  no haber estado a la altura de los grandes desafíos, de votar por despecho como la amante traicionada, de haber comprado el criterio para sus votos en la tienda de verduras de cualquier televisión; argumentos pueriles si uno tiene en cuenta la mediocridad y nula sensibilidad de quienes han sido incapaces de comprender nuestra enorme desilusión. Una cacofonía insufrible enfrentada al ruido de las carracas de los que desean trocear España como una ternera en la gran caldereta de las tribus.

      Y todo dará igual. Y se volverán a tirar de nuevo los dados y volveremos a perder. Y se harán concesiones, pactos, componendas, camas redondas y el sistema lo soportará todo porque esta mascarada de democracia siempre habilita cauces para la supervivencia de ese club elitista que forman los políticos, pues la ciudadanía con sus votos entiende que eso es más importante que la justicia, la igualdad, el progreso, la convivencia y la libertad. Y la alegre muchachada se volverá a reunir del brazo de sus mayores y en graciosa armonía se plantarán de nuevo ante una mesa electoral para celebrar la fiesta de la democracia y su ingrávida madurez. Sin comprender que con su complicidad bendicen el sistema que denuncian y fortalecen todo lo que ya está pervertido, sin la prudencia de la reflexión requerida y sin realmente calibrar que lo que persiguen los poderes políticos no es la transformación y el progreso de la sociedad, sino su propio interés personal y partidista, la conquista del poder y la manipulación de todo el aparataje de la administración del Estado.

      Se acercó mi hijo de 18 años para contarme cómo le había ido en el “acto supremo” de la pérdida de su virginidad electoral. Molesto,  me reprobó:
-Papa, no me escuchas.

-Le miré con todo el amor y la ternura con que un padre es capaz de mirar a su hijo, y no me atreví a decirle que lo que me estaba relatando era su propia ruina.

martes, 14 de abril de 2015

EXTREMADURA EN LA ENCRUCIJADA


      Si uno odia las campañas electorales –cada vez más cargantes y teatrales- es sobre todo por lo que tienen de circenses, de esperpéntico guiñol, de grotesca bufonada, de escaparate cañí, de mercadillo ambulante y hortera en el que vemos trajinar a lo más granado de la política patria intentando, como tío Paco en las rebajas, vendernos sus crecepelos en ofertas únicas y tentadoras. Por lo que como extremeño me toca, resulta verdaderamente sonrojante ver al presidente de esta comunidad desarrollar su personalista campaña de marketing al ritmo de un rap panegírico a mayor gloria de su gestión y en donde se ha tratado de camuflar todo lo posible las siglas de su partido como si estas representasen un eczema con el que no hay más remedio que convivir debido a su atópica piel política. El presidente Monago es el más palmario y patético ejemplo de que la derecha necesita refundarse, ese trasnochado extremeñismo de que ahora hace gala es la evidencia de que el nocivo legado dejado por su partido en estos cuatro años disemina esporas tóxicas que pueden acabar contaminándolo todo.


      
      He de confesar que hasta ayer no vi el vídeo del famoso rap en previsión de que esa acción pudiera alterar de forma irreversible mi percepción sensorial. Escucho y apunto: “Lo importante son las personas y no los partidos”, “Hay que primar las ideas por encima de las ideologías”. Pero resulta que este azaroso presidente, con ínfulas de oveja descarriada, rodeado del más irrelevante equipo político que ha pisado jamás la asamblea extremeña y que ataca con la denuncia, es el Presidente del conservador Partido Popular de Extremadura, el mismo que  unido al cordón umbilical del partido matriz ha aprobado algo tan repugnante como la llamada “Ley Mordaza”; abreviando, la derecha pura y dura. Claro, que su deslealtad poco importará a los de la calle Génova si consigue mantenerse en la poltrona –algo que se venderá muy caro- y se dará por amortizada la tortura de atronarnos con perlas como la siguiente: “Algunos que antes eran  verdes ahora son rojos, los rojos son azules y a este gobierno el color le importa muy poco”. Sí, es fácil comprobar a través de su herencia, ataques, denuncias y decretos que a él el color le importa muy poco.


      
     Pero hombre, existe algún extremeño cabal que piense que el presidente Monago, por ética y estética, puede erigirse en adalid de una juventud rebelde y un pueblo subyugado. Me cuesta comprender cómo se conjuga la absurda frase “Extremadura como única doctrina” con la dolorosa certeza de que esta bendita región de inmensos recursos naturales no sea ningún referente para nadie. De ahí la repulsa y el desprecio que suscitó aquel chabacano vídeo en el que se comparaban las bondades de Extremadura enfrentada a la deprimente Andalucía. Acabará resultando que, como los telepredicadores con jacuzzi y grifería de oro, el presidente ha tenido esa doctrina muy abandonada a su suerte: Extremadura es, junto con Andalucía, Ceuta y Canarias, la comunidad con la tasa más elevada de desempleados, una tasa que supone el doble de la que tenía cuando comenzó la crisis: un IRPF más alto que el de otras regiones está incidiendo negativamente sobre la inversión en nuestra tierra; Extremadura está entre las seis comunidades que superan la media de abandono escolar por encima del 23´5 %; Debido al éxodo rural y la falta de expectativas, nuestra comunidad sufre un alarmante vacío demográfico, con 41.635 km2 cuenta con una población ligeramente superior al millón de habitantes… y el flujo migratorio no cesa; es una de las comunidades menos atractivas (por atractiva se entiende competitivas) para el turismo junto con Aragón y Asturias, con menos tejido industrial y de las más morosas.


         
      Alguien me puede explicar cómo con estos datos empíricos Extremadura puede ser, como presume el presidente extremeño y del PP regional, un referente para nadie fuera más allá de la frontera de nuestro propio territorio. A muchos nos gustaría saber qué logros puede presentar este gobierno que hayan mejorado el estatus general de la población, el bienestar de sus ciudadanos; más allá de unos brochazos de maquillaje, lo incontestable es que la región se ha empobrecido hasta límites perversos con una política de austeridad, de subidas de impuestos  y recortes que si viviéramos en una sociedad avanzada sería motivo de condena para quienes la han desarrollado y ejecutado. Tal vez al abrigo del felpudo de la política y sus constantes “puertas giratorias” las estadísticas y datos objetivos puedan resultar excesivamente distantes, fríos, y la resignación nos lleve a pensar que cualquier sitio es bueno para intentar asaltar el cielo o morirse de asco.

           Pero el trabajador honrado, que siempre está muy por encima de las instituciones que le representan, y que lleva mucho tiempo viendo reducido su poder adquisitivo, despojado de la ilusión de vivir en una sociedad del bienestar en donde funcionen las administraciones y el tejido productivo sea un elemento cardinal, confía en la luz de una nueva esperanza que otorgue un mayor poder a los ciudadanos; una quimera imposible si no existe una firme determinación de poner fin a la gangrena que supone establishment . En esta encrucijada se encuentra Extremadura, que debería instituirse como uno de los arietes para destronar la vieja política de esas élites que utilizan su poder como amenaza, que distribuyen de forma tan desigual la riqueza y se han propuesto el linchamiento sistemático de la agónica clase trabajadora. ¡Gonnnng! Último asalto.

miércoles, 1 de abril de 2015

LEY MORDAZA: ¡LA CALLE ES MÍA!


      Como era de esperar, la nueva Ley de Seguridad Ciudadana (conocida como Ley Mordaza) aprobada el pasado día 11 de diciembre del pasado año con los únicos votos a favor del PP, ha ido cosechando todo tipo de críticas, no sólo de los partidos de la oposición, también de las plataformas y organizaciones de defensa de los derechos humanos y asociaciones ecologistas. Ahora parece que todos, en la dirección del partido conservador y en una parte importante de su militancia, aceptan como bueno el diagnóstico de la escasa y mala comunicación para explicar –y al mismo tiempo digerir- los pésimos resultados obtenidos por esta formación en las pasadas elecciones autonómicas andaluzas. No resulta del todo extraño, cada vez que un dirigente del gobierno abre la boca, en algún lugar del país hay alguien que sufre. Cuando le preguntaron al ministro del interior, Fernández Díaz, por la necesidad de esa criticada ley, contestó sin sonrojarse: “la nueva ley es para hacernos más libres”. No, citizen Fernández, la nueva ley da miedo, y una sociedad con miedo es una sociedad esclava.


      
      Con la nueva ley si alguien se niega a identificarse podrá ser multado con 600 euros; impedir un desahucio o manifestarse frente al congreso con 30.000; reunirse o manifestarse en infraestructuras de servicios públicos con 600.000. Además, la nueva legislación considera legales las devoluciones “en caliente”, cuestión ésta que ha sido duramente criticada por el Comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa. La ley, está claro, desprende un tufo regresivo, represivo y antidemocrático absolutamente insoportable. Sólo falta que contemple el estado de sitio para completar el siniestro decálogo de un estado policial de pesadilla. En realidad, y para ser Franco (como diría Rajoy), lo que ha aprobado el gobierno es una ley de orden público camuflada, por lo que este viaje a los más tenebrosos sótanos de nuestra historia, sólo tiene un objetivo político, que por supuesto no le saldrá gratis a un gobierno con un gusto obsceno por la imposición, las decisiones unilaterales y que desprecia tanto el consenso. Mirar tanto al retrovisor no va a solucionar nada, y lo que se debería prohibir son las mayorías absolutas.


      
      Los miles de recortes llevados a cabo por esta nefasta administración han empujado a los ciudadanos a rebelarse y salir a la calle a protestar (de la misma manera que así lo hacen para mostrar su descontento las víctimas del terrorismo y las asociaciones pro-vida), y es precisamente ese ruido lo que se quiere evitar con esta zarrapastrosa ley, imponiendo aquel terrible aserto fraguista “la calle es mía”. Así, puede estar más penado manifestarse que robar, como han hecho muchos de sus corruptos cargos condenados y otros presuntos. Me pregunto ¿Qué pasará con todos aquellos que sean multados bajo algunos de los artículos de esta ley cuando llegue otro gobierno y la derogue? ¿Les devolverán el dinero? Será la consecuencia de aprobar leyes sin buscar el mayor consenso político y de espaldas al sentir de unos ciudadanos que, si hacemos caso a las encuestas realizadas al respecto, rechaza en un porcentaje abrumador la ley mordaza, porque, sencillamente, resulta demencial; un instrumento para reprimir la protesta social y otorgar manga ancha a las fuerzas de seguridad del estado para cometer acciones abusivas contra los más débiles. Algo de lo que sólo será culpable el gobierno. Acabaré pensando que la mayor corrupción no es la que finalmente acaba desfilando por los juzgados, sino el poder que ostenta un gobierno para aprobar leyes antidemocráticas apoyándose en su democrático rodillo absolutista.


         
       Yo creo que esta actitud el PP la debe llevar en el ADN, no es posible entender que si no existe un componente hereditario se pueda pensar que para erradicar los extremismos se tenga que penalizar las libertades –colectivas e individuales-, de no ser que la ley sólo haya sido pergeñada porque con ella el partido del gobierno se cubre las espaldas ante la indignación popular que su presencia puede suscitar ante las próximas citas electorales, una indignación a la que se tiene derecho y que, en mi opinión, está muy justificada. Resulta triste comprobar cómo en un país que presume de desarrollado se le busque encaje a leyes tan retrógradas, o si se quiere, seriamente cuestionables. Siempre criticaré que se utilice el parapeto de una manifestación pacífica para cometer actos vandálicos o criminales. Pero debería ser más constitutivo de delito, porque es mucho más cruel, incumplir las promesas electorales de prosperidad escritas negro sobre blanco en esa estafa consentida que suponen los programas de los partidos. Pues no existe una forma más mezquina de represión que matar a la gente de hambre o entrar a saco en sus paupérrimos bolsillos y que todo se haga en la silente normalidad de un estado que se dice democrático.



martes, 24 de marzo de 2015

LA CONDENA

   
      
      Cuando hace tres años y cuatro meses el PSOE perdió las elecciones generales debido en gran parte a su errática política económica, los dispendios, la nula visión del estado de las cosas y las absurdas ocurrencias ideológicas del presidente Rodríguez Zapatero, millones de ciudadanos albergaron la esperanza de que el partido ganador, el PP de Mariano Rajoy, sabría aplicar las recetas necesarias para salir de la devastadora crisis económica que como una apisonadora estaba triturando las economías familiares y abocando al cierre a miles de pequeñas y medianas empresas, algo que aprovecharon también las grandes corporaciones  y multinacionales para poner en práctica una nefasta política de ERES y recortes, condenando así a una obscena cantidad de trabajadores al paro e instaurando una mano de obra esclava: más horas de trabajo, recorte salarial y amenazas de despido con la guillotina a escasos milímetros del cuello.


      
     Esa esperanza se vio rápidamente frustrada cuando el gobierno del anodino, mediocre y cada vez más alucinado presidente Rajoy (el hombre de las frases hechas y las perogrulladas: ¡El gobierno siempre está al lado de las víctimas! ¡El gobierno siempre está a favor de la vida!) y su camarilla de palmeros y opositores a notario, no fueron capaces de alumbrar otra idea más brillante para salir de la bestial crisis que subir salvajemente los impuestos elaborando unas reformas estructurales que se limitaban a recortar servicios sociales y salarios hurgando así en algunos nervios muy sensibles de la sociedad; el efecto fue como si, en plena crisis, a un enfermo que padece insuficiencia respiratoria le aplicaras humo tóxico en lugar de oxígeno puro; procederieron a operar sin anestesia y a la gente le cuesta mucho olvidar el insoportable dolor. Sabido es que la marca PP no es una fábrica de ideas originales y luminosas, que su laboratorio sólo destila ya esencias de la más vieja, desvencijada, anacrónica y rancia política, pero atajar la crisis poniendo en práctica esas obtusas medidas lo podía haber hecho sin alharacas cualquier persona que rebasara  mínimamente el límite de la idiocia sin la necesidad de cargar con muchas alforjas para el viaje. ¿Dónde está el mérito y cuál es el bestial coste social y laboral que se ha tenido que pagar por ello? El incumplimiento de todos y cada uno de sus compromisos electorales es la prueba irrefutable del talante poco escrupuloso del gobierno y el jefe del ejecutivo, que ahondando con su política de austeridad en el misericidio dejado por el PSOE, comenzó a cavar su tumba política. ¡Faltaría más! Cada cual elige la cuerda con la que quiere ahorcarse.


      
      El PP ha comenzado a cavar su cripta política en Andalucía, en donde el descalabro sólo es el primer trago del amargo cáliz que les queda por beber en lo que queda de año legislativo. El contacto con la gente le permite a cualquiera conocer la escasa empatía que este partido despierta en la gente joven y los sectores obreros, su estética, ese pijerío hortera y casposo tan evidente en sus representaciones mitineras, está muy lejos de lo que demanda un partido moderno europeísta con una visión clara del futuro y mortificado por el sufrimiento humano; una juventud, no lo olvidemos, que es la mejor preparada de la historia y que no siente que las medidas adoptadas por el gobierno hayan mejorado su situación. De los negros nubarrones que se ciernen sobre el partido conservador, los máximos responsables son ellos, como expansión de los tormentos que en los últimos años vienen padeciendo las clases más desfavorecidas, y el éxodo de votantes parece irreversible como escarmiento a unos políticos aislados que están muy alejados de la realidad de la calle, de una crisis que nunca pasó por sus casas. Ahora intentarán convencerse y convencernos de que los resultados de Andalucía no son extrapolables al resto de los comicios autonómicos y generales, pero lo cierto es que con resultados irrelevantes en Andalucía y Cataluña (un censo de 12 millones de exponenciales votantes sobre una población total de 16 millones) es imposible gobernar España.


         
       A los dos viejos partidos surgidos las candentes brasas de la Transición (el PSOE estuvo 40 años inactivo) no les quedará otra opción que refundarse, sobrevivir como fuerzas muy limitadas o desaparecer. Desde luego, en el nuevo ciclo que se inicia, les será muy difícil alcanzar una mayoría absoluta para aplicar el rodillo con total impunidad. Además, a los votantes más moderados del PP siempre les quedará la opción de votar a Ciudadanos; los más conservadores, que se sienten traicionados en temas trascendentales para ellos (terrorismo, aborto) ni con la pinza en la nariz se acercarán a votar; y el voto de castigo la gaviota lo alojará en los mandiles de Podemos. El votante, aunque en menor medida que la economía, también castigará la corrupción (nos estamos acostumbrando a vivir en una sociedad de tintes sicilianos), un lastre que afecta por igual a los dos partidos. Siendo sincero, no es que la nueva inercia electoral en donde no tendrán cabida las mayorías absolutas, me llene de gozo y plenitud, el actual sistema de partidos me genera un desafecto visceral; muchos de sus pactos y componendas sólo serán un juego de trileros y todo lo miro ya desde la equidistancia de mi exigua simpatía por los partidos políticos, pero aunque sólo sea por higiene y justicia poética, tal vez ha llegado la hora de que los políticos profesionales que han hecho de la política un negocio, sufran el desprecio de unos ciudadanos que llevan muchos años con el agua al cuello mientras el gobierno daba prioridad al rescate de los bancos y nunca ejecutó el recorte más necesario, el de políticos, altos cargos y asesores. Nuestra sociedad demanda un cambio, y es probable que en esa nueva escena política los viejos partidos ya no sean actores principales, muchos de sus miembros ya no tendrán que ganarse el sueldo con el sudor de su frente jugando con la tablet en el hemiciclo. Hasta entonces, vivirán con la esperanza de que la fatídica ley de H´ondt tenga piedad de ellos. Y es que fuera de la política hace tanto frío, sobre todo si eso te obliga a ser productivo.



      
     Como titulaba el sabio Rafael Sánchez Ferlosio, “vendrán más años malos y nos harán más ciegos”, y puede que la próxima reforma laboral no contemple planes de reindustrialización, ni políticas consistentes para el sector agrario ni la creación de mejoras de  infraestructuras, repoblación y desarrollo rural, tal vez se nos ofrezca 1 día por cada siglo trabajado, un bocadillo a las 10 y un bonobus... Y todo dará igual, porque vivir en una sociedad que desprecia tanto la libertad, tan acrítica, pusilánime  y miedosa como la nuestra, es ya de por sí una insuperable condena.  

lunes, 2 de marzo de 2015

RETABLO DE HÉROES: ROBERTO SAVIANO

        
        Nápoles es una ciudad hermosa con herencia griega, romana y española, 300 años de pertenencia a la Corona de Aragón y posteriormente a la de España. Nápoles es una ciudad con mala reputación, la más poblada del sur de Italia y tiene la tasa de paro más alta del país. La herida purulenta de Nápoles se llama Scampia, un barrio degradado en cuyo núcleo se construyeron en los años setenta unos inmensos edificios (las Velas) en forma de vela pintados cada uno de un color con la idea de descongestionar otros barrios populares superpoblados. Scampia se diseñó para albergar a ochenta mil vecinos, pero llegaron a vivir más de cien mil. Hasta 1997 no se abrió la comisaría en un territorio abonado para la Camorra que enseguida cogió el timón. El periodista y escritor Roberto Saviano (1979) nació en Nápoles y estudió filosofía moderna en la Universidad Federico II de su ciudad y saltó a la fama cuando a los 26 años publicó Gomorra, ya saben ese libro que cuenta con escalofriantes detalles los negocios de la Camorra, esa “gente de respeto” que extorsiona, trafica, secuestra, tortura y asesina. Calificado por Umberto Eco como héroe nacional, tuvo que abandonar Italia cuando la prensa desveló el 14 de octubre de 2008 que el clan de los Casalesi (responsables de más de un millar de crímenes en los últimos años y que toman su nombre del lugar donde tienen su centro, Casal del Príncipe, una población de 20.000 habitantes a 40 km de Nápoles) tenía previsto asesinarle a él y a su escolta en un atentado antes de Navidad.  


          
          Saviano comenzó a interesarse por la mafia napolitana cuando tras licenciarse se introdujo en el grupo de historiadores Observatorio de la Camorra, lo que le cambió la vida para siempre, ya que tras la publicación de su novela, de la que se han vendido más de diez millones de ejemplares, y su posterior adaptación cinematográfica, el escritor vive en la sombra rodeado de escoltas. La Camorra le hizo perder a su novia, a su familia y a sus amigos a base de severas amenazas de muerte. Fue entonces cuando comenzó a odiar el libro que había destruido su mundo, obligándole a vivir como un “condenado a muerte” sin domicilio conocido. Sólo en esta pérfida obra de ingeniería de la dominación, el poder y la violencia que llamamos sociedad, puede ser posible que un virtuoso e incorruptible escritor pueda vivir enterrado en vida por sacar a la luz los trapos sucios de la mafia y todo ello sea considerado normal, el precio que un hombre audaz tiene que pagar por elevarse por encima de todos aquellos que con su miedo cultivan el miedo. Mientras, seres tan infames y corruptos como Silvio Berlusconi se pavonean ante los tribunales, las cámaras y la opinión pública mostrando el reflejo amargo de una sociedad indecente.


         
         Roberto Saviano, que actualmente tiene 35 años, tiene una habilidad sorprendente para empatizar con la gente; su hermosa y reluciente calva, su mirada limpia, su sonrisa perpetua incluso para hablar de las cuestiones más dramáticas, su olfato e inteligencia para encontrar historias y crear buena literatura, hacen que su figura desprenda un magnetismo intimidante. El poder hipnótico que irradia en las entrevistas apenas nos hace atisbar que este hombre está enterrado en vida preguntándose una y otra vez ¿qué clase de vida es esta? El novelista italiano vive en un permanente estado de frustración y no cree que haya sido muy noble destruir todo su mundo para que la verdad resplandezca, que su coraje y su ímpetu le impidieron actuar protegiéndose con la mesura debida, motivo que ahora le impide disponer de su vida, teniendo en determinadas ocasiones que recurrir a los psicofármacos para poder seguir adelante. Salvo los asesinos mafiosos y los políticos corruptos todos deberíamos ser conscientes de la noble y generosa labor de Roberto Saviano, de la importancia de unas denuncias que han puesto precio a su cabeza y le han costado la felicidad. Se ha hablado tanto de su posible muerte que a veces puede sentir su abrazo con la distancia de algo que no le concierne.


      
          Hay una leyenda que dice que a Italia llegaron tres nobles caballeros españoles y fundaron tres mafias: la Cosa Nostra siciliana bajo el auspicio de la Virgen; la´Ndrangheta de Calabria bajo la protección de San Jorge; y la Camorra de la región de Campania cuya capital es Nápoles y que está auxiliada por el Arcángel San Gabriel. El primer documento que prueba la existencia de una organización mafiosa se encuentra en el Tribunal de Toledo, con fecha de 1420. La organización se llamaba Garduña.



       
        En Italia cientos de personas mueren cada año a manos de estas organizaciones criminales. Saviano no cuenta en Gomorra (un libro escrito con una excelente prosa y especialmente fascinante por sus múltiples pinceladas costumbristas) una historia novedosa salvo porque la mafia ya no es una organización de estructura jerarquizada y en su actual modelo horizontal faenan hombres de negocio armados, pero por alguna extraña razón difícil de evaluar, su novela ha tenido un impacto brutal que ha puesto el retrato del escritor en los carteles de Wanted con la sentencia “Saviano tiene que morir”. En realidad, el escritor napolitano se ve en esta triste coyuntura no por lo que ha escrito –que era sobradamente conocido-, sino porque muchos lo leyeron, obteniendo una difusión mediática que terminó quebrando los nervios de la Camorra. No sé si existe un lugar en el planeta donde mi héroe pueda vivir en paz con un nuevo rostro y disfrutar así de su tan enorme como amarga fortuna. Después de estos últimos nueve años que han acabado consumiéndole, él confiesa ser más honesto que valiente porque la imprudencia de su exposición pública es ya irreversible y le ha empujado al exilio íntimo, la reclusión y la derrota. Tal vez nadie le pueda ayudar, pero yo deseo la mejor de las suertes para este hombre íntegro e inspirador. No hay primavera sin invierno ni vida sin muerte, y como dijo García Márquez: “la vida ya nos ha dado bastantes motivos para saber que ninguna derrota será la última”.

martes, 17 de febrero de 2015

CINCUENTA SOMBRAS DE GREY

      Incluso para alguien como yo, que manejo un blog de cine y erotismo, resulta difícil entender un fenómeno que ha convulsionado el imaginario colectivo femenino sin discriminación de clases en nuestra sensible sociedad. Más si uno piensa que, ausente del relato y, por supuesto de la película, el acto de la sodomización (tan ligado al ritual del BDSM) y eliminada la escena comprometida del tampón que Chistian Grey le quita a Anastasia como preámbulo de una de sus tibias sesiones sadomaso, todo queda en un sonrojante teatro adornado con ataduras y unos azotes. Vamos, en un pueril gatillazo. Y es que, amigos lectores, son mujeres el público principal en la mayoría de las salas, un reflejo del perfil de lectores de que devoró la trilogía de E. L. James, dejando alojadas en lo más íntimo de sus mentes unas fantasías infantiles muy poco transgresoras. Ellas serán testigos de cómo en esta adaptación a la pantalla grande se han dulcificado y descontextualizado algunas secuencias eróticas hasta despojarlas de cualquier cariz impío y embriagarlas con el perfume de un cuento de hadas. Como apuntaba, no sé lo que la gente busca en este pastelazo en un mundo atiborrado de porno. No lo sé, pero si algo consigue la película es usurpar al sexo de su deliciosa chispa y su disfrute natural y espontáneo.
     

      
     Anastasia Steele (Dakota Johnson) es una estudiante de literatura de la Universidad de Washington (Seattle) que recibe el encargo de entrevistar al popular y joven empresario Christian Grey (Jamie Dornan) un millonario de 27 años que deja a Anastasia impresionada con su fuerte atractivo y magnetismo. La inocente e inexperta Ana intenta olvidarlo, pero no lo consigue. Cuando la pareja, por fin, inicia un tórrido romance, a Ana le sorprende las peculiares prácticas eróticas de Grey, al tiempo que descubre los límites de sus más oscuros deseos.


       
        Todo eso, entre comillas. Siendo sincero, pocas cosas pueden sorprender a alguien que, como el abajo firmante haya crecido en las salas de cine viendo El último tango en París, El imperio de los sentidos, Crash, Fóllame o las más recientes El Anticristo o Ninphomaniac. La directora Sam Taylor-Johnson, que demostró talento en su anterior película Nowhere Boy (2009) un magnífico biopic sobre la infancia y adolescencia de John Lennon, templa en exceso el pulso para que la película puede ser degustada hasta por las más ancianas mamás, y se supone que la coartada es el sexo, pero eso es algo que aquí está muy diluido, tanto como la forma rácana, fugaz de mostrar los desnudos en el gozo de unas prácticas sexuales poco abruptas y nada estimulantes. Que ningún espectador busque en Cincuenta sombras de Grey la descriptiva representación de un sexo guarro, aquí todo huele a perfume caro, a spot largo e insufrible, nadie gime de forma bestial ni chorrea placer, las bragas están impolutas y los planos de genitales brillan por su ausencia, y si uno espera que encontrar a los personajes exhaustos tras alcanzar el límite del paroxismo, Christian Grey le sorprenderá con un magistral solo de piano, así de sibarita es este macho alfa. ¿De dónde la viene la inspiración? No importa, sabe camuflar sus traumas, tiene mucho dinero y toda reticencia, incluso la nula química entre la pareja, acaba vencida por ese don, el verdadero fundamento de toda esta mierda.


      
       Cincuenta sombras de Grey es un film aburrido, que es lo peor que se puede decir de una película, superficial y ridículo en incontables tramos de su extenso metraje, que tiene el mérito de convertir a la en su tiempo tan polémica como mediocre 9 semanas y media en una obra maestra. Tan cruel y hortera en su esteticismo rimbombante como plomiza es su línea de diálogos, verborrea sincopada de una relación que se inicia como un contrato de mínimos y máximos de unos juegos sadomasoquistas convertidos en toda aspiración de unas vidas mediocres que se aferran a la única rama del acantilado para no  enfrentarse al vacío de su existencia; el masoquismo lo sufre el que se sienta en la butaca y el sadismo lo ejerce la mano que te sirve el ticket de la entrada. Luego están los intérpretes, con un Jamie Dornan excesivamente pétreo y el torso desnudo para presumir de musculatura pues tiene imposible hacerlo de sus dotes artísticas; y una Dakota Johnson (que no tiene, precisamente, lo que se podría calificar como un cuerpo de infarto) penalizada en su rol por sus esfuerzos de contención en su afán de representar a una chica apocada, frágil y cohibida, sin darse cuenta de que cuando más nos gusta es cuando se emborracha, extravía su mirada, se muerde el labio y sus gestos se contraen dejando entrar en erupción su volcán uterino. Me la trae al pairo lo que piensen sobre el asunto del bondage y la sumisión las asociaciones feministas, lo que me molesta es la asepsia quirúrgica de la función, que todo resulte tan falso y tramposo, su carencia absoluta de oscuridad y quebranto… Nada que ver con el espectáculo grotesque que protagonizaron Carmen de Mairena derramando placeres sobre un Dinio confundido.