martes, 17 de febrero de 2015

CINCUENTA SOMBRAS DE GREY

      Incluso para alguien como yo, que manejo un blog de cine y erotismo, resulta difícil entender un fenómeno que ha convulsionado el imaginario colectivo femenino sin discriminación de clases en nuestra sensible sociedad. Más si uno piensa que, ausente del relato y, por supuesto de la película, el acto de la sodomización (tan ligado al ritual del BDSM) y eliminada la escena comprometida del tampón que Chistian Grey le quita a Anastasia como preámbulo de una de sus tibias sesiones sadomaso, todo queda en un sonrojante teatro adornado con ataduras y unos azotes. Vamos, en un pueril gatillazo. Y es que, amigos lectores, son mujeres el público principal en la mayoría de las salas, un reflejo del perfil de lectores de que devoró la trilogía de E. L. James, dejando alojadas en lo más íntimo de sus mentes unas fantasías infantiles muy poco transgresoras. Ellas serán testigos de cómo en esta adaptación a la pantalla grande se han dulcificado y descontextualizado algunas secuencias eróticas hasta despojarlas de cualquier cariz impío y embriagarlas con el perfume de un cuento de hadas. Como apuntaba, no sé lo que la gente busca en este pastelazo en un mundo atiborrado de porno. No lo sé, pero si algo consigue la película es usurpar al sexo de su deliciosa chispa y su disfrute natural y espontáneo.
     

      
     Anastasia Steele (Dakota Johnson) es una estudiante de literatura de la Universidad de Washington (Seattle) que recibe el encargo de entrevistar al popular y joven empresario Christian Grey (Jamie Dornan) un millonario de 27 años que deja a Anastasia impresionada con su fuerte atractivo y magnetismo. La inocente e inexperta Ana intenta olvidarlo, pero no lo consigue. Cuando la pareja, por fin, inicia un tórrido romance, a Ana le sorprende las peculiares prácticas eróticas de Grey, al tiempo que descubre los límites de sus más oscuros deseos.


       
        Todo eso, entre comillas. Siendo sincero, pocas cosas pueden sorprender a alguien que, como el abajo firmante haya crecido en las salas de cine viendo El último tango en París, El imperio de los sentidos, Crash, Fóllame o las más recientes El Anticristo o Ninphomaniac. La directora Sam Taylor-Johnson, que demostró talento en su anterior película Nowhere Boy (2009) un magnífico biopic sobre la infancia y adolescencia de John Lennon, templa en exceso el pulso para que la película puede ser degustada hasta por las más ancianas mamás, y se supone que la coartada es el sexo, pero eso es algo que aquí está muy diluido, tanto como la forma rácana, fugaz de mostrar los desnudos en el gozo de unas prácticas sexuales poco abruptas y nada estimulantes. Que ningún espectador busque en Cincuenta sombras de Grey la descriptiva representación de un sexo guarro, aquí todo huele a perfume caro, a spot largo e insufrible, nadie gime de forma bestial ni chorrea placer, las bragas están impolutas y los planos de genitales brillan por su ausencia, y si uno espera que encontrar a los personajes exhaustos tras alcanzar el límite del paroxismo, Christian Grey le sorprenderá con un magistral solo de piano, así de sibarita es este macho alfa. ¿De dónde la viene la inspiración? No importa, sabe camuflar sus traumas, tiene mucho dinero y toda reticencia, incluso la nula química entre la pareja, acaba vencida por ese don, el verdadero fundamento de toda esta mierda.


      
       Cincuenta sombras de Grey es un film aburrido, que es lo peor que se puede decir de una película, superficial y ridículo en incontables tramos de su extenso metraje, que tiene el mérito de convertir a la en su tiempo tan polémica como mediocre 9 semanas y media en una obra maestra. Tan cruel y hortera en su esteticismo rimbombante como plomiza es su línea de diálogos, verborrea sincopada de una relación que se inicia como un contrato de mínimos y máximos de unos juegos sadomasoquistas convertidos en toda aspiración de unas vidas mediocres que se aferran a la única rama del acantilado para no  enfrentarse al vacío de su existencia; el masoquismo lo sufre el que se sienta en la butaca y el sadismo lo ejerce la mano que te sirve el ticket de la entrada. Luego están los intérpretes, con un Jamie Dornan excesivamente pétreo y el torso desnudo para presumir de musculatura pues tiene imposible hacerlo de sus dotes artísticas; y una Dakota Johnson (que no tiene, precisamente, lo que se podría calificar como un cuerpo de infarto) penalizada en su rol por sus esfuerzos de contención en su afán de representar a una chica apocada, frágil y cohibida, sin darse cuenta de que cuando más nos gusta es cuando se emborracha, extravía su mirada, se muerde el labio y sus gestos se contraen dejando entrar en erupción su volcán uterino. Me la trae al pairo lo que piensen sobre el asunto del bondage y la sumisión las asociaciones feministas, lo que me molesta es la asepsia quirúrgica de la función, que todo resulte tan falso y tramposo, su carencia absoluta de oscuridad y quebranto… Nada que ver con el espectáculo grotesque que protagonizaron Carmen de Mairena derramando placeres sobre un Dinio confundido.



lunes, 16 de febrero de 2015

EL HÉROE EN SU DIQUE

“La desobediencia es el verdadero fundamento de la libertad. Los obedientes deben ser esclavos”.
(Henry David Thoreau)


    
      Decía el poeta griego Cavafis que “Lo importante es el camino”. En los tiempos actuales se hace difícil evaluar el recóndito camino que nos queda por recorrer si ya resulta una tarea ardua desbrozar el espinoso sendero por el que ahora transitamos, tan lleno de trampas y emboscadas que uno siente cómo su mayor anhelo, la libertad, se encuentra seriamente amenazada. Son muchos los tics autoritarios que encontramos en una sociedad carente de referentes humanistas, de verdaderos luchadores por los derechos civiles, y en donde el pensamiento libre ha sido sustituido por el credo de alguna doctrina política o fundamentalista (sólo hay que escuchar los programas de tertulias en las que chillan más que un cerdo en el día de San Martín, y las diarias trifulcas políticas). Al menos yo no encuentro la pulsión, no siento el pálpito, tal vez algunos estertores, siempre confusión.


      
      Era necesario que Erich Fromm lo subrayara en su magistral ensayo “El miedo a la libertad”, pues el hombre, tras creerse liberado de las cadenas de la sociedad tradicional, abrazó con absoluto descaro la esclavitud de la sociedad de consumo y la estandarización cultural, acertando plenamente en su diagnóstico: “El peligro del pasado era que los hombres fueran esclavos, pero el peligro del futuro es que los hombres se conviertan en robots, en meros autómatas”. En un mundo como este sólo existen dos tipos de individuos: el de pensamiento libre y actitud crítica e independiente y el que forma parte de una inmensa mayoría temerosa, sumisa y conformista que ha dejado el pensamiento a un lado para recitar una doctrina que hace propia pero que sólo es una síntesis de lo que otros piensan impulsados por algún interés. Medroso, se refugia en absurdos decálogos para no sentirse desplazado ni inseguro, acepta cualquier ideología en detrimento de su capacidad crítica.


    
     Personalmente, el hombre que se refugia en las masas no me resulta atractivo (me viene a la mente la corrupta democracia imaginada por Jorge Semprún para la magnífica película de Costa Gavras “Z”, en donde un tipo utiliza a la muchedumbre como parapeto para cometer con total impunidad un brutal crimen), siento por él un desdén que posiblemente a veces se transforme en compasión. El individualismo se nos aparece como una opción suicida en el desalentador marco de una sociedad adocenada y contaminada por los intereses y la diarrea verbal de sus respectivos gurús, que aceptan de buen grado los aplausos y la docilidad de sus siervos con la seguridad de que lo único que les hace estar ahí, mostrándoles su incondicional apoyo, es su debilidad, una aguda astenia intelectual que les obliga a huir de la soledad en la que se sienten desplazados. Resulta al menos paradójico que el hombre se sienta fuerte e integrado formando parte de una mayoría, cuando es precisamente desde esa posición donde nos muestra de forma más transparente su carácter frágil y su fracaso como individuo que ha desistido de su propia realización personal. La crisis de nuestra civilización está fundamentada en gran medida en la propensión del hombre para evadirse de su libertad, su insignificancia se hace patente de manera desoladora y amarga en el concierto de una sociedad industrializada y en las constantes demoledoras de una democracia que sólo atiende al individuo como un átomo imperceptible que es parte inherente de una masa amorfa que resulta fácil controlar.


        
       El tiempo todo lo destruye, y como decía el Dr. Luther King, tal vez sólo nos quede ya luchar por un final en donde se nos esté permitido soñar, un tiempo en donde el hombre, además de sobrevivir con sus impulsos naturales y mecánicos, sea plenamente consciente del expansivo vacío moral que deja como legado cuando rehúye la libertad. El miedo es igual de tangible y transferible en los regímenes totalitarios que en las modernas democracias, la única gran diferencia estriba en los métodos más o menos sutiles de sometimiento, pero está claro que en ambos se busca la conformidad automática con tal procacidad que muchas dictaduras se han instaurado a través de impolutos procesos democráticos sin que se note mucho el cambio. He comentado en alguna ocasión que mi mayor frustración es haber nacido y crecido en un tiempo de cobardes, y conozco a muchas personas cuya ceguera y necedad les hace tener como mayor aspiración ser persuadidos y guiados por alguna de esas sectas políticas que repican el engañoso mantra “Por un mundo mejor”. Pero yo sólo suspiro por el héroe que ha construido un dique para mantenerse a salvo de tanta mansedumbre y mediocridad, el hombre en su dimensión histórica, metafísica y existencial, el hombre que se niega a dejarse arrastrar por el miedo y se resiste a ser manipulado por las estrategias de distracción de esos que crean problemas para después ofrecer soluciones, el único capaz de comprender que las instituciones deben estar al servicio de los ciudadanos y no al contrario, y que alzándose por encima de tanta ignorancia y estupidez, escupe con rabia una verdad que a nadie debe asustar: “un gobierno no debe de tener más poder que el que sus ciudadanos le estén dispuestos a conceder”. La verdadera esencia de una democracia inalcanzable.



domingo, 15 de febrero de 2015

RAZONES PARA NO VOTAR

      Hay mucha gente interesada que de manera solemne proclama que no acudir a votar es una irresponsabilidad, que cualquier tipo de sufragio representa una fiesta para la democracia y que la madurez de un Estado de Derecho se fundamenta en la participación masiva de la ciudadanía para elegir a sus representantes con sus votos en las urnas. Yo lo que creo es que todo eso es polvo de hadas, una engañifa, humo lejano de alguna reserva india de Dakota del Sur, porque la esencia de la democracia gravita sobre el respeto mutuo, sobre la plena libertad para defender las ideas y decisiones siempre que, por supuesto, se haga de una forma pacífica. Y entre ellas, por supuesto, está el esquivar el compromiso con las urnas, una decisión tan democrática, respetable y razonada como la de todos esos votantes que acuden religiosamente a cada cita con las urnas para, en mi opinión, ser engañados de forma sistemática.

      Los votantes podrán acusar a los no votantes de inacción e irresponsabilidad, nos venderán la burra vieja de que no tenemos derecho a protestar y quejarnos, como si eso les sirviera a ellos de algo y los que no votan no pagaran igual los abusivos impuestos. Los no votantes, por otra parte, podremos acusarles de la complicidad que con sus votos han generado en gobiernos desastrosos y corruptos que han llevado al país a la ruina económica y moral. El abstencionismo no es una medida antisistema tal y como en este país se entiende ese término –que tampoco estaría mal por lo que tiene de revolucionario-, es una opción inteligente dentro del marco legal para bombardear los cimientos de un sistema corrupto desde su mismo corazón, sobre todo si el nivel  de abstencionismo es tan elevado como para hacer saltar los pilares del sistema. Hay quien me invita al voto en blanco, pero eso sería entrar en el juego de un régimen que favorece los intereses personales o grupales de una clase privilegiada. Estas son algunas de las razones para no votar en las próximas elecciones:

- El voto no sirve para nada porque jamás se cumplen los programas electorales de los partidos que han ganado las elecciones, lo cual supone una estafa, un fraude electoral, y el pueblo carece de mecanismos legales útiles y pacíficos para derrocar al gobierno de turno que ha engañado a sus votantes. El ejemplo nos lo brinda el proceder del actual gobierno, que entre otras perlas nos prometía bajar los impuestos y exhibe a un ínfimo y repulsivo ministro de Hacienda que los ha subido 50 veces.



- En una democracia real debería ser el pueblo el que eligiese a sus gobernantes, no como ocurre en nuestro podrido sistema, que se limita sólo a ratificar a los representantes elegidos por las cúpulas de los partidos o sus afiliados. El sistema de elección por primarias tampoco convence porque el voto mayormente está guiado por intereses mezquinos y las presiones de las distintas federaciones; las cúpulas de los partidos pueden defenestrar al secretario general de una federación elegido en primarias alegando cualquier excusa peregrina. Partidos que cuentan, además, con una férrea disciplina de voto que les obliga a votar a ese candidato si no quieren ser dilapidados.

- La Constitución dice que “Todos los españoles son iguales ante la ley”, y eso que debería ser así, no se cumple, pues al no existir una división plena y real de los poderes, el político goza de una impunidad de la que no goza el ciudadano normal: el poder judicial está en manos de los políticos y los aforamientos son un insulto a la inteligencia y la dignidad de un pueblo que proyecta la distancia sideral existente entre los ciudadanos y su clase política. Si un ciudadano presenta una demanda contra cualquier administración y carece de recursos se tiene que acoger a un abogado del turno de oficio, mientras que esa administración cuenta con la defensa de los más prestigiosos bufetes que pagamos nosotros con nuestros impuestos, algo que resulta infamante y vergonzoso.

- Si los votantes piensan que con sus votos van a obligar al partido ganador a cumplir la voluntad de la mayoría, están muy equivocados, pues una vez que un partido obtenga la deseada victoria sólo atenderá a su insana codicia y la de los grupos de presión (bancos, grandes corporaciones y lobbys influyentes) que serán quienes, finalmente, les marquen la agenda social y económica.



- Un ciudadano tiene que cotizar durante 35 años para cobrar la totalidad de la base reguladora de la pensión a la que tenga derecho. Sin embargo, a un diputado o senador le basta con sólo 7 años de ejercicio para poder obtener la pensión máxima de jubilación, esto es posible gracias a la pensión parlamentaria que con total desfachatez, desvergüenza y descaro ellos mismos aprobaron. Los europarlamentarios españoles cobran hasta 15.000 euros al mes trabajando sólo 134 días al año. Insultante ¿verdad? Es entonces cuando me pregunto ¿qué le parece este sueldecito a los más de cinco millones de parados? ¿Y a los que con un salario de mierda no les llega para cubrir las necesidades básicas de su familia?

        La política de austeridad y sacrificio a la que ha estado y está sometida nuestra sociedad representa uno de los capítulos más negros del capitalismo salvaje. La consecuencia es una clase media calcinada, cimentándose un abismo insondable entre los trabajadores y la clase política y adinerada. Ser trabajador para ser pobre. Lo peor no es comprobar  cómo el dinero se ha convertido en una poderosa arma para subyugar y exterminar a los más débiles; lo más terrible y doloroso es comprobar cómo la derrota de las clases más humildes se ha producido sin la más mínima lucha o atisbo de rebelión por parte de los trabajadores, que han aceptado la miseria de la política de austeridad lo mismo que los borregos enfilan el camino del matadero. Decía Albert Camus: “Puede que lo que hacemos no nos traiga la felicidad, pero si no hacemos nada, no habrá felicidad”.




    Por todo ello yo apuesto por una democracia real, de convivencia social y humanista, verdaderamente participativa y consensuada que tenga como meta fundamental un reparto equitativo de la riqueza y en donde nadie se sienta huérfano, desprotegido o al borde de la exclusión social. Y desprecio el Estado de Partidos que genera una casta indecente y unos intereses miserables. La abstención puede dinamitar el sistema y es el único ariete que tiene el pueblo para acabar con la corrupción y el chollo repugnante en donde están instalados los políticos. Eso es revolución, y no lo que predica la nueva kasta.

sábado, 14 de febrero de 2015

FALANGISTAS Y POETAS

      Los trabajos para localizar los restos de Federico García Lorca en el trágico barranco de Viznar siguen su curso utilizando las más sofisticadas técnicas del siglo XXI: un georradar como el que encontró al Che, una cámara fotográfica en tres dimensiones y los mismos laboratorios genéticos que intentan hacer hablar a los huesos de Colón. Quiero pensar que a todos nos encantaría que los trabajos arrojaran un resultado positivo y que, como dicen sus familiares, no se deje sin remover una sola piedra para que la verdad salga a la luz. Pero ¿qué verdad? ¿No está ya dicho todo? No creo que a nadie le quepa duda de que García Lorca es el poeta más importante de la historia de España, subrayo lo de más importante porque “el mejor” sería un concepto más discutible y subjetivo. Si fuera posible hacer un terrorífico viaje en el tiempo y trasladarse al Madrid de julio de 1936, unos días antes de la sublevación militar contra la República en Melilla, se podría comprobar cómo el ruido de sables, los tambores de guerra y el ambiente de intolerancia, violencia y agitación era tan asfixiante que llevó al poeta a trasladarse de la capital a su tierra, Granada, dirigiendo sus pasos hacia la Huerta de San Vicente, la finca de veraneo de su familia, a donde llegó el 14 de julio de 1936. Lorca había rechazado la invitación al exilio que le ofrecieron las embajadas de México y Colombia, que temían por su vida. No tardaría en arrepentirse de su decisión: en pocos días el centro de Granada estaba controlado por fuerzas falangistas y de la CEDA, y su cuñado y alcalde la ciudad, Manuel Fernández-Montesinos fue arrestado en su despacho y fusilado un mes más tarde.


     
       Aunque el primer registro en la Huerta de San Vicente tiene lugar el 5 de agosto y fue dirigido por Manuel Rojas Feijespan, infausto capitán de la Guardia Civil con gran protagonismo en los sucesos de Casas Viejas el 12 de enero de 1933, éste informó al poeta de que no había nada contra él y tampoco en los días sucesivos hubo orden de arresto. El primer intento de arresto de García Lorca tiene lugar en la huerta de San Vicente el 9 de agosto por parte de un grupo en donde sobresalen miembros de la familia Roldán (Miguel y Horacio) declarada enemiga de la familia de Lorca desde la explotación de la remolacha azucarera en la Vega de Granada, también por el agravio que supuso la publicación de “La casa de Bernarda Alba”, otra familia de raigambre y enemiga de la suya. Los Roldán habían intentado obtener el plácet para arrestarle del gobernador civil de Granada, Valdés Guzmán, en una reunión en Asquerosa (actual Valderrubio). Según algunos autores, las rencillas y el odio entre familias tuvieron más peso que la cuestión política en el arresto y posterior asesinato del poeta. Tras el degradante incidente, Lorca pensó que lo mejor era refugiarse en la casa de los Rosales, pues además de su amigo Luis Rosales, poeta y discípulo suyo, todos los hermanos eran falangistas y José, conocido como “Pepiniqui”, un puntal del partido en Granada. Instalado ya en la casa de la familia falangista, el 16 de agosto se presentaron en la casa de los Rosales tres hombres para arrestar a Lorca: Ramón Ruíz Alonso (ex diputado de la CEDA y padre de las actrices Emma Penella y Terele Pávez), Federico Martín Lago (un maestro perteneciente a la falange) y Juan Luis Trescastros (familiar lejano del poeta y hombre de confianza de los Roldán, como se ha apuntado, enemigos tenaces de la familia Lorca).


      
        Nadie pensaba que existiera alguien que fuese capaz de ir a detener a García Lorca a la casa de “Pepiniqui”, pero existía, y con el consentimiento del gobernador civil, que al parecer lo consulto con el insurrecto Queipo de Llano y éste le dijo “Dale café, mucho café…”. No nos engañemos, las causas de la muerte del poeta siguen todavía hoy envueltas en una nebulosa, en un silente misterio. Así, el investigador Miguel Caballero narra en su libro “Las trece últimas horas de Federico García Lorca” que la muerte de Lorca se debió más que a ninguna otra cosa a rencillas familiares que arrastraba su padre desde hacía más de setenta años, no niega que en su asesinato influyeran una concatenación de factores, pero señala la cuestión familiar como la más importante para entender por qué fue ejecutado el poeta. Una vendetta que surge con la semilla del odio entre las familias de la Vega de Granada y a la que contribuyó la publicación de la obra citada.

      Según Caballero, García Lorca fue ejecutado pocas horas después de ser detenido, durante la madrugada del día 17 de agosto de 1936, pues de haber estado más tiempo bajo custodia su padre (conocido hombre de derechas) y los hermanos Rosales le habrían liberado, ya que tanto uno como otros tenían una notable influencia en la ciudad. Lo cierto es que a pocos historiadores les ha interesado subrayar que la vida de Luis Rosales estuvo en gravísimo peligro por haber acogido en su casa al poeta granadino. De tal modo, que de no haber intervenido su hermano “Pepiniqui” le habrían fusilado, pero el incidente se dio por zanjado con una multa al poeta de 25.000 pesetas de entonces. Porque en realidad, quien mandaba y cortaba el bacalao en Granada era el gobernador civil, el siniestro comandante José Valdés Guzmán, que técnicamente era falangista pero que le espetó al destacado falangista Narciso Perales Valdés: “Mire usted, a mí eso del nacional-sindicalismo me pega tres patadas en la boca del estómago, y le tengo enfermo ¿sabe usted?”. Sus simpatías, quedó claro, estaban con las derechas orondas y lirondas.


   
        En el libro de Eduardo Molina Fajardo “Los últimos días de García Lorca” se revela que el día antes de la detención del poeta (recordemos que ésta se produjo el 16 de agosto de 1936) ya se habían iniciado los trámites para detenerlo sin informar de ello a los Rosales, presentándose en la Huerta de San Vicente una escuadra al mando de Díaz Esteve, miembro de la pandilla que rodeaba al gobernador civil Gómez Valdés. Se prueba así que la denuncia contra el poeta no emanó de la falange granadina, sino de los cedistas que asesoraban al gobernador civil. Y fue éste quien más empeño puso en fusilar a Luis Rosales por poner en tela de juicio las decisiones de la superioridad. En aquellos momentos, nadie, ni siquiera su familia -porque no pudo, claro-, hizo más que el poeta y Premio Cervantes Luis Rosales por salvar a Lorca, asesinado junto a un maestro de escuela con una pierna de madera y dos banderilleros anarquistas. Las hipótesis sobre las causas de su asesinato son muchas y variadas: Lorca pudo ser el despojo que dos perros rabiosos (la falange y la CEDA) trataban de arrebatarse; las rencillas familiares que jamás olvidaron miembros cedistas de familias enemigas; puede que su detención y asesinato fuera el último intento de localizar a Fernando de los Ríos, amigo íntimo suyo, y que en realidad era el pez gordo que buscaban. Los siniestros personajes que le detuvieron acusaron a Lorca de disparates como ser espía de Rusia, ser miembro de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, ser íntimo de Fernando de los Ríos (como si esto fuera un pecado capital) y de haber criticado la España tradicionalista. A día de hoy, lo que tengo meridianamente claro es que de aquel vil, atroz, repugnante e inútil asesinato nadie salió más limpio que Luis Rosales, el único de todos ellos capaz de comprender que cuando muere un poeta muere una estrella.



“EL CASO PATRICIA HERAS”: ESTÍMULO PARA EL ASCO.

 “El caso Patricia Heras” se remonta a un aciago 4 de febrero de 2006, cuando esta mujer de 32 años que había llegado desde su ciudad natal, Madrid, hacía sólo unos meses, salió de fiesta con un amigo. Horas más tarde, cuando volvían a casa en bicicleta, Patricia y su amigo tuvieron un pequeño accidente. Él se dio un golpe en la cabeza y Patricia sólo tenía unas leves rozaduras. Un automovilista que pasaba por allí se paró para auxiliarles y decidieron llamar a una ambulancia que les dejó en el Hospital del Mar. Es entonces cuando comienza una historia pesadillesca que sólo puede ocurrir en un país bananero controlado por un estado policial y una ciudad con unas instituciones corrompidas hasta la médula.  

         En el hospital, Patricia esperaba en la sala de urgencias mientras su compañero era atendido. En la sala había una inusual actividad aquella noche, ya que poco antes se habían producido unos enfrentamientos entre “okupas” y agentes de la Guardia Urbana en un antiguo teatro ocupado en la calle Sant Pere Mes Baix. El desalojo dejó un balance de nueve detenidos y varios agentes heridos, uno de los cuáles acabó en estado vegetativo tras recibir una pedrada en la cabeza. Mientras los médicos y personal sanitario se afanaban atendiendo a los heridos, miembros de la Guardia Urbana vieron a Patricia sentada esperando también ser atendida. Inmediatamente fue detenida. ¿Por qué? Patricia, que estudiaba filología en la Universidad de Barcelona y que poco tiempo antes se había hecho un corte de pelo punk dejando su cabeza como una especie de tablero de ajedrez, respondía al perfil y la estética “okupa” que lucían todos los detenidos.



      Como este es un país en el que la justicia (aunque sea corrupta) importa más que la verdad, de nada valió que la joven insistiera en su inocencia y los testigos que podían apoyarla, que alegara que nunca había puesto los pies en aquel viejo teatro y que no   formaba parte de ningún colectivo “okupa”, que no podían detenerla sólo por su indumentaria antisistema y su peculiar corte de pelo. Pero si no se impone la verdad es imposible que se imparta justicia y su suerte estaba ya echada. Si no viviéramos en un país que ha degradado hasta los límites del terror y la vergüenza la libertad y los derechos civiles, una simple y serena comprobación hubiera dado por zanjado el asunto y demostrado que lo que contaba Patricia se ajustaba a la verdad. Por el contrario, en 2008 fue condenada a tres años de prisión por la Audiencia de Barcelona, pena que fue ratificada por el Tribunal Supremo. En abril de 2011, durante un permiso penitenciario (desde enero de ese mismo año sólo acudía a dormir a la prisión de mujeres Wad-Ras), Patricia Heras dejó de luchar, no soportó la presión y se tiró  por la ventana del séptimo piso donde vivía. Si tuviéramos que señalar a los máximos responsables de la cadena de trágicos despropósitos que acabó con el suicidio de la joven universitaria, cargarían con la mayor culpa el Ayuntamiento de Barcelona a cargo de Joan Clos y la Guardia Urbana a su servicio.

       Pero la culpa, como demuestra el magnífico documental Ciutat morta (Xavier Artigas, Xapo Ortega, 2014) toca también de lleno a los tribunales que la sentenciaron y a los medios de comunicación catalanes con su repugnante silencio y desinformación, siempre tan esclavos de las ubres del poder: TV3, La Vanguardia, El Periódico y otros medios son señalados como piezas clave para el triunfo de la injusticia y la impunidad. El documental se hace eco del infame montaje que dio lugar a aquellos terribles acontecimientos y que alcanza unas escalofriantes dimensiones con la implicación  de las más grandes estructuras del poder, teniendo como fondo (y ahí se encuentra el meollo, la almendra, la piedra rosetta del asunto) los oscuros planes urbanísticos del Ayuntamiento de Barcelona.


           Vengo denunciando desde hace tiempo el grave riesgo que corre la libertad en un país donde el poder ejerce un control abusivo e intolerable y la corrupción política, policial y judicial amenaza los derechos fundamentales que deben regir en un estado de derecho: las torturas silenciadas (atención al informe de Amnistía Internacional), la justicia “preventiva”, la manipulación de pruebas y testimonios espurios, la imputación como condena, los prejuicios morales, raciales o estéticos, las denuncias falsas, las mentiras y los sobornos institucionales, los silencios cómplices y el deterioro de unas instituciones que deberían ser esenciales para la armonía y convivencia cívica y que, convertidas en nauseabundos pozos fecales, no son dignas de los ciudadanos que las mantienen y les dan de comer. “El caso Patricia Heras” o “4-F” es la perfecta metáfora de un tiempo y un país que será condenado por la historia como uno de los más asquerosos ejemplos de sociedad capitalista sin escrúpulos, aunque ya lo está para todos los que nunca creímos que el disfraz de impostada democracia podría disimular los desmanes fascistas.